Uno por uno. Despacio... despacio. A destra. A sinistra. El corazón sobre todo, porque esa es la vía más directa entre mi víscera y tu víscera. El índice más aún, pues me señala desde la otra punta de una cruel geografía. Luego el anular, en el que poco me importa que lleves anillo, también yo lo llevo. Después el meñique, por pequeño e indefenso; me recuerda mi esencia de madre, me saca los mimos afuera. Y el pulgar, ese rechoncho tontorrón, que por estar apartado de su camada, busca con más ansia consuelo en mi húmedo apéndice; en mi lengua, a veces dulce, a veces de arpía. Para todos tengo lugar en mi boca. Para cada uno de ellos, mi tibia saliva.
sábado, 31 de marzo de 2012
jueves, 29 de marzo de 2012
Mañana, cuando caiga el sol
Llevo tanto tiempo esperándote, que ni recuerdo ya cuándo empezó. He buscado provocarte por activa y por pasiva. Pero no eres presa fácil. Te resistes, aunque sé que me deseas. Y ese escabullirte tú, es un acorralarte yo. Intento una y otra vez congelar mi deseo, y cuando te pienso, mis propósitos se licúan de nuevo. Cada vez añades un grado más a la temperatura de mi cuerpo. La espera me consume. La incertidumbre me crispa. Qué me importa conquistar otras plazas, si ésta la pierdo. Es precisamente ésta, por inaccesible, por inasediable, la que quiero. Y soy así: inasequible al desaliento. Si la conquista no es posible contigo, aunque me cueste reconocerlo, ha llegado la hora de rendirme por completo. Entre mis piernas, ahí es adonde se replegará mi estúpido orgullo, y como una gata herida, cuando caiga el sol mañana, hasta tu puerta arrastraré mi celo.
martes, 27 de marzo de 2012
Con sombrero y nada más
Me gustan los sombreros porque son como elementos de un disfraz. Te permiten expresar un estado de ánimo y sugerir un personaje, proponer un juego al que te mira. Me parecen tan hermosos que saldría a la calle vestida solo con uno de ellos, y unos tacones a juego.
Elegiría cuidadosamente el modelo: gorra para el día en que me sienta más gamberra y quiera que me lleves a un rincón oscuro donde me arranques las risas a mordiscos. Pamela cuando me despierte con ganas de conquistar a un romántico que me haga flotar y bailar desnuda sobre los tejados. Los de plumas los reservaría para una ocasión especial, una de esas en que salgo decidida a comerme el mundo y a los hombres que lo habitan, del primero al último, resonando mis tacones contra el pavimento como primer aviso. Y en capítulo aparte está el de ruda vaquera, mi fetiche. Ese, ese solo se lo paseo a mi montura preferida...
domingo, 25 de marzo de 2012
Hoy, urgente
Hay días que me gusta urgente, rápido, sucio. Aquí te pillo, aquí te mato. Sin contemplaciones. Noto esa mirada tuya quemándome la piel y mis nalgas ya tiemblan. Saben que empezarás por ellas. Las sujetarás firmemente, me arrimarás a la pared y me bajarás las bragas, para después encajarme en ti. Yo un abrigo que cuelgas en tu percha. Los besos serán lenguas de lava que recorrerán mi boca y mi cuello mientras ondas sísmicas me sacuden entera. Una erupción que será rápida y devastadora. Espero el magma que ascenderá con desesperada urgencia y estallará dentro de mí abrasándome, convulsionándome. Quedaré arrasada. Satisfecha.
Venus entrando en el mar
En la casa de la playa la bañera está sobre el mar, con vistas directas. A ella le gusta ducharse con la ventana completamente abierta, para poder disfrutar del oleaje, del cielo y las islas, y, por qué no, para que bañistas y paseantes puedan disfrutar de ella.
No le importa ser consciente de que buzos y surferos miran-admiran su silueta. Es más, le gusta, la invita a enseñarse, a recrearse en gestos lentos que acompasen el batir de las olas en las que ellos se adentran. Y sueña que es la misma espuma que bate en la playa la que resbala por su piel, dejándola blanca como arena.
No le importa ser consciente de que buzos y surferos miran-admiran su silueta. Es más, le gusta, la invita a enseñarse, a recrearse en gestos lentos que acompasen el batir de las olas en las que ellos se adentran. Y sueña que es la misma espuma que bate en la playa la que resbala por su piel, dejándola blanca como arena.
jueves, 22 de marzo de 2012
Capezzoli di Venere
Como los de una Venus recién salida de aguas frescas, mis pezones siempre se muestran ufanos. Presumen de tetina perfecta para amamantar crías.
Son osados y altaneros, apuntan constantemente al futuro, convencidos de un porvenir glorioso.
No son rosados, como otros. Los míos son chocolate con leche. Supongo que esa tonalidad habla de su total falta de inocencia, o de mis probables ancestros angoleños.
Tienen la forma perfecta para ser chupados y lamidos. No son esquivos a la mordida humana. Muy al contrario: parecen concebidos para provocarla.
Cuando adolescentes, se ocultaban azorados tras una carpeta. Ahora, ya adultos, después de haber cumplido sus fines nutricios, salen a la calle orgullosos de sí, y no le temen al frío.
Son osados y altaneros, apuntan constantemente al futuro, convencidos de un porvenir glorioso.
No son rosados, como otros. Los míos son chocolate con leche. Supongo que esa tonalidad habla de su total falta de inocencia, o de mis probables ancestros angoleños.
Tienen la forma perfecta para ser chupados y lamidos. No son esquivos a la mordida humana. Muy al contrario: parecen concebidos para provocarla.
Cuando adolescentes, se ocultaban azorados tras una carpeta. Ahora, ya adultos, después de haber cumplido sus fines nutricios, salen a la calle orgullosos de sí, y no le temen al frío.
miércoles, 21 de marzo de 2012
Manos que la primavera se me lleva
Unas manos que nunca me acariciarán, no llegarán siquiera a rozarme. Jamás abarcarán mi cintura, no sabrán si ardo o estoy fría, si tiemblo, si sudo, si me estremezco.
Buscarán a ciegas mis pechos en otros troncos, mis labios en otros rostros, mi espalda en otros torsos.
Nunca llegarán a medir mi piel a palmos, ni dibujarán mi ombligo. No se enroscarán en mi cuello, no treparán de mis orejas a mi pelo.
Nada de eso harán jamás. Y yo jamás podré dejarlas hacerlo. Manos que huyen, que parten lejos. Se me desdibujan, se me desarman. Dejan de ser manos antes de haber llegado a serlo.
Buscarán a ciegas mis pechos en otros troncos, mis labios en otros rostros, mi espalda en otros torsos.
Nunca llegarán a medir mi piel a palmos, ni dibujarán mi ombligo. No se enroscarán en mi cuello, no treparán de mis orejas a mi pelo.
Nada de eso harán jamás. Y yo jamás podré dejarlas hacerlo. Manos que huyen, que parten lejos. Se me desdibujan, se me desarman. Dejan de ser manos antes de haber llegado a serlo.
Yo soy la última
Pertenezco a una raza extinta, una raza sin nombre.
Estúpidamente porfío en buscar iguales a mí. Nunca he encontrado ninguno. Aún así, cada nueva luna me echo al monte, vuelvo a entregarme a la tarea como si fuese mi primera batida. Me desnudo una vez más y unto mi piel con los pigmentos que mi padre me legó al morir. Él dijo que me servirían para que otros de los nuestros pudiesen reconocerme. Mintió: ya no queda ningún otro. Yo soy la última. Soy sola en mi especie. Soy sola.
Estúpidamente porfío en buscar iguales a mí. Nunca he encontrado ninguno. Aún así, cada nueva luna me echo al monte, vuelvo a entregarme a la tarea como si fuese mi primera batida. Me desnudo una vez más y unto mi piel con los pigmentos que mi padre me legó al morir. Él dijo que me servirían para que otros de los nuestros pudiesen reconocerme. Mintió: ya no queda ningún otro. Yo soy la última. Soy sola en mi especie. Soy sola.
lunes, 19 de marzo de 2012
La ducha
Me gusta cantar en la ducha. Mi voz resuena en todo el espacio, por muy susurrado que sea el canto. Corre fácil por las superficies lisas y pulidas, sin tropezarse en nada. Al tiempo me enjabono con energía, no rabiosa, pero sí liberadora, hasta quedar limpia y suave, como si estrenase piel. Y al acabar, me respiro hondo y me embriago de los aromas que desprendo: a frescor de jardín, a rocío de verano, a humedad tibia. El agua muy caliente me ha dejado blanda y dúctil, como figura de barro recién amasada.
Envuelvo mi cabello mojado en turbante en forma de caracola y me contemplo en el espejo. Sí. Esta de ahora soy yo. Sin afeites, sin maquillajes. Soy yo en mi más pura esencia.
Envuelvo mi cabello mojado en turbante en forma de caracola y me contemplo en el espejo. Sí. Esta de ahora soy yo. Sin afeites, sin maquillajes. Soy yo en mi más pura esencia.
domingo, 18 de marzo de 2012
Mi cuerpo envuelto en sedas de nuevo
Pronto llegará el calor. Mis pulmones desayunarán bocados de aire limpio con olor a madreselva.
Mi cuerpo se sentirá libre de su prisión invernal de tejido espeso. Flotará envuelto en finas sedas que ondearán graciosas y dibujarán mi silueta. Mis muslos se sabrán de nuevo gemelos al notar el roce de uno contra otro sin nada de por medio.
Me sentiré otra vez ligera, y pasearé con decisión mi levedad por los senderos de asfalto, con la ilusión de quien porta un secreto. En la terraza junto al mar; allí te sueño y te espero
Mi cuerpo se sentirá libre de su prisión invernal de tejido espeso. Flotará envuelto en finas sedas que ondearán graciosas y dibujarán mi silueta. Mis muslos se sabrán de nuevo gemelos al notar el roce de uno contra otro sin nada de por medio.
Me sentiré otra vez ligera, y pasearé con decisión mi levedad por los senderos de asfalto, con la ilusión de quien porta un secreto. En la terraza junto al mar; allí te sueño y te espero
sábado, 17 de marzo de 2012
Una colada por tender
Junto a la lavadora. Entre la tabla de planchar y la secadora. Ahí fue donde me buscaste. Te acercaste sigiloso y me atacaste por sorpresa.
Imagino felinos tus movimientos anteriores: siguiendo el rastro de mi olor a presa hembra. Yo canturreaba. No hubo tiempo de percibir tu mano hasta que se coló decidida en mi entrepierna. Ah!, exclamé, y di un respingo. Quise girarme para mirarte, pero no me diste ocasión. Sujetaste firmemente mi cabeza por la barbilla mientras tu lengua recorría mi nuca despejada. Aturdida, involucrada aún en la tarea anterior, mi coño funcionaba autónomo, estoy segura, pues aún no había llegado el fuego del deseo a mi cerebro cuando él ya ardía. Y segregaba un mar de jugos urgentes para apagar el incendio entre mis piernas. Ya sin remedio, vano intento. Si tu deseo fuese sólo jugar era ya tarde. Ibas a tener que follarme, mi coño te lo exigía. Y así lo hiciste. Vaya si lo hiciste! Hay una colada por tender que lo atestigua.
Imagino felinos tus movimientos anteriores: siguiendo el rastro de mi olor a presa hembra. Yo canturreaba. No hubo tiempo de percibir tu mano hasta que se coló decidida en mi entrepierna. Ah!, exclamé, y di un respingo. Quise girarme para mirarte, pero no me diste ocasión. Sujetaste firmemente mi cabeza por la barbilla mientras tu lengua recorría mi nuca despejada. Aturdida, involucrada aún en la tarea anterior, mi coño funcionaba autónomo, estoy segura, pues aún no había llegado el fuego del deseo a mi cerebro cuando él ya ardía. Y segregaba un mar de jugos urgentes para apagar el incendio entre mis piernas. Ya sin remedio, vano intento. Si tu deseo fuese sólo jugar era ya tarde. Ibas a tener que follarme, mi coño te lo exigía. Y así lo hiciste. Vaya si lo hiciste! Hay una colada por tender que lo atestigua.
jueves, 15 de marzo de 2012
De medio pelo
Todos salen del restaurante con sus regalitos de empresa empaquetados, sus abriguitos loden y sus trajes de medio pelo. Qué mal les sientan! Las corbatas les caen como soga al cuello.
Congregados a la puerta convierten la acera en salida de misa, sólo que su dios es otro y su ceremonia algo distinta. Aquí el pan se convierte en empanada de zamburiñas, chupito de caldo gallego y (a elegir) caldereta de cordero, ternera guisada o parrillada de marisco. Y el agua se transmuta en rioja o albariño. Su sacerdote, en lugar de sotana viste traje, éste sí, de pelo entero. Y monta en lujoso coche que viene a recogerlo, rodeado de acólitos, y con cara de satisfacción y alivio por librarse al fin de su feligresía convencida. Él que es un cínico, un escéptico de lo suyo, un descreído. Probablemente se llama Manuel, pero ni santo, ni bueno, ni mártir.
Cuando paso por delante se giran, me miran. Noto sus babas en mi nuca, su aliento alcohólico se pega a mi piel. Todos ellos tan cutres, tan grises y tan pagados de si mismos. Y una náusea grande, grande, me inunda, y me entran ganas de agarrar a uno por el cinto, bajarle la bragueta, comerle la polla hasta extraer todo su líquido fermentado de sudor y vino y después, ante sus caras de estúpido y lujurioso pasmo, escupirlo.
Congregados a la puerta convierten la acera en salida de misa, sólo que su dios es otro y su ceremonia algo distinta. Aquí el pan se convierte en empanada de zamburiñas, chupito de caldo gallego y (a elegir) caldereta de cordero, ternera guisada o parrillada de marisco. Y el agua se transmuta en rioja o albariño. Su sacerdote, en lugar de sotana viste traje, éste sí, de pelo entero. Y monta en lujoso coche que viene a recogerlo, rodeado de acólitos, y con cara de satisfacción y alivio por librarse al fin de su feligresía convencida. Él que es un cínico, un escéptico de lo suyo, un descreído. Probablemente se llama Manuel, pero ni santo, ni bueno, ni mártir.
Cuando paso por delante se giran, me miran. Noto sus babas en mi nuca, su aliento alcohólico se pega a mi piel. Todos ellos tan cutres, tan grises y tan pagados de si mismos. Y una náusea grande, grande, me inunda, y me entran ganas de agarrar a uno por el cinto, bajarle la bragueta, comerle la polla hasta extraer todo su líquido fermentado de sudor y vino y después, ante sus caras de estúpido y lujurioso pasmo, escupirlo.
martes, 13 de marzo de 2012
Háblame al oído
Si me vendas los ojos y simplemente me hablas al oído, conseguirás que mi boca se reseque, mis labios se humedezcan y mis ingles te deseen. No necesitarás tocarme, ni rozarme siquiera. Sólo al notar tu aliento cálido, tu voz profunda, vibrará todo mi cuerpo en su misma frecuencia. Y me inundaré de un único anhelo: que me hagas tuya, pero tan lentamentente que tema perder el sentido del tiempo.
lunes, 12 de marzo de 2012
Parezco un regalo
Parezco un regalo, pero no lo soy. Vengo envuelta en celofán, con mi lacito y todo, pero no te engañes: no lo soy.
En todo caso, si me apuras, soy de esos presentes bienintencionados que, al final, acaban complicándote la vida: para sacarles el máximo partido requieren complementos extra, o vienen sin las pilas adecuadas, o necesitan de sumos cuidados para mantenerlos bien conservados.
No te equivoques conmigo. Soy una elección, no un regalo
En todo caso, si me apuras, soy de esos presentes bienintencionados que, al final, acaban complicándote la vida: para sacarles el máximo partido requieren complementos extra, o vienen sin las pilas adecuadas, o necesitan de sumos cuidados para mantenerlos bien conservados.
No te equivoques conmigo. Soy una elección, no un regalo
domingo, 11 de marzo de 2012
Lava mi pelo por última vez
Me gustaría que antes de irte me lavases el pelo por última vez. Llenemos de agua tibia este barreño. Siéntame al sol. Tómame por los hombros, con esa delicadeza tuya, y échame hacia atrás.
Como sólo tú sabes hacerlo. Buscarás la mejor orientación para que la luz del sol no moleste a mis ojos. Con tu mano, cerrarás suavemente mis párpados. Me besarás en la boca, con un beso corto, que me sabrá a poco. Me pedirás que me relaje, y yo me dispondré a hacerlo, para así poder disfrutar más de tus desvelos.
Tus dedos desenredarán con cuidado mi pelo, preparándolo para recibir su bautismo. El primer contacto con el agua me sorprenderá, como siempre, y me arrancará una sonrisa infantil, de niña que descubre el placer inocente.
Mientras me enjabonas, me arrullarás con tu voz, dejando caer palabras hermosas en mi oído. Sentiré en mi cuero cada uno de tus diez dedos, acariciando, presionando, activando con mimos todo mi cuerpo. Me abandonaré por completo a ese placer que me envuelve y que avanzará como una onda por toda mi piel. Llegará hasta mis pechos, rebotará en mi ombligo, se expandirá hasta los dedos de mis pies, que se desperezarán como gatitos.
Me trasladarás a otro mundo. Tu voz me quedará lejos. Tus caricias lo llenarán por completo. Me traerás de nuevo, y por sorpresa, al regarme amorosamente, con toda tu dulzura y toda tu calma, como se riega una flor hermosa. Abriré los ojos y estarás ahí, contemplándome como la primera vez. Y en ese instante sentiré ya la añoranza de que me laves el pelo.
Como sólo tú sabes hacerlo. Buscarás la mejor orientación para que la luz del sol no moleste a mis ojos. Con tu mano, cerrarás suavemente mis párpados. Me besarás en la boca, con un beso corto, que me sabrá a poco. Me pedirás que me relaje, y yo me dispondré a hacerlo, para así poder disfrutar más de tus desvelos.
Tus dedos desenredarán con cuidado mi pelo, preparándolo para recibir su bautismo. El primer contacto con el agua me sorprenderá, como siempre, y me arrancará una sonrisa infantil, de niña que descubre el placer inocente.
Mientras me enjabonas, me arrullarás con tu voz, dejando caer palabras hermosas en mi oído. Sentiré en mi cuero cada uno de tus diez dedos, acariciando, presionando, activando con mimos todo mi cuerpo. Me abandonaré por completo a ese placer que me envuelve y que avanzará como una onda por toda mi piel. Llegará hasta mis pechos, rebotará en mi ombligo, se expandirá hasta los dedos de mis pies, que se desperezarán como gatitos.
Por cuatro
Cuando esta noche follemos,
me multiplicaré por cuatro.
Con mis ocho piernas
te atraparé en mi tela de araña,
para así poder sorber tu verga
con mis cuatro bocas.
Y con mis ocho brazos
ataré un nudo fuerte
que, sin llegar a asfixiarte, te maree.
Cuando te tenga
en ese estado de semiconsciencia,
aprovecharán mis cuatro cerebros
para apoderarse del tuyo,
y lo poseerán de tal modo,
que no quedará neurona
que haga sinapsis sin mi permiso.
Tu placer será cuádruple,
cuatro veces más fuerte
estallará tu polla.
Me soñarás cuatro veces esta noche, y,
cuando mañana amanezcas,
la luz recortará en tu cama
cuatro siluetas.
Frotarás tus ojos, incrédulo,
y al abrirlos de nuevo,
ahí tendrás a tu única hembra,
plácida, satisfecha, aún durmiendo.
me multiplicaré por cuatro.
Con mis ocho piernas
te atraparé en mi tela de araña,
para así poder sorber tu verga
con mis cuatro bocas.
Y con mis ocho brazos
ataré un nudo fuerte
que, sin llegar a asfixiarte, te maree.
Cuando te tenga
en ese estado de semiconsciencia,
aprovecharán mis cuatro cerebros
para apoderarse del tuyo,
y lo poseerán de tal modo,
que no quedará neurona
que haga sinapsis sin mi permiso.
Tu placer será cuádruple,
cuatro veces más fuerte
estallará tu polla.
Me soñarás cuatro veces esta noche, y,
cuando mañana amanezcas,
la luz recortará en tu cama
cuatro siluetas.
Frotarás tus ojos, incrédulo,
y al abrirlos de nuevo,
ahí tendrás a tu única hembra,
plácida, satisfecha, aún durmiendo.
jueves, 8 de marzo de 2012
Mis pechos te miran
Un par de pechos, los míos, te dirigen la mirada. Fresca e incitadora. Se giran a tu paso. Te buscan cuando aparentas indiferencia, cuando finges no darte cuenta.
Una mirada limpia, que no quiere complicaciones. Sin guiños tontos ni caídas de pestaña. De igual a igual, de tú a tú. Contacto directo: mi pupila a tu pupila. Ahí empieza el sexo.
Una mirada limpia, que no quiere complicaciones. Sin guiños tontos ni caídas de pestaña. De igual a igual, de tú a tú. Contacto directo: mi pupila a tu pupila. Ahí empieza el sexo.
martes, 6 de marzo de 2012
lunes, 5 de marzo de 2012
Puro veneno
Bajo esa apariencia de mujer dulce y sensata, ella guarda un veneno mortífero, una droga tan pura, que vicia sin remedio.
Se te cuela dentro poquito a poco, sigilosa, ladina, y cuando quieres darte cuenta, te ha atrapado, eres suyo, ya no puedes dormir sin soñarla, ya no puedes tomar aire sin respirarla.
Y es que como su droga no hay otra. Te provoca viajes siderales, experiencias multicolores, que van de la pasión enajenante a la sublime dulzura. Te hace sentir guerrero en el ardor de la batalla, caballero en la corte del rey Arturo, villano imaginario, todo al mismo tiempo. Y cuando estás cansado de tanta aventura, te acoge entre sus pechos para volverte niño.
Ya no puedes dejar de pensar en ella, a todas horas. Te ha robado tus días, tus noches, tus ratos muertos. Te ha sorbido la vida. Pero es tanto el placer que te da a cambio que no te importa... tu propia alma le entregarías...
Y mira que ella lo advierte a todo hombre que se le arrima: soy droga pura, veneno. Escapa si aún estás a tiempo.
Se te cuela dentro poquito a poco, sigilosa, ladina, y cuando quieres darte cuenta, te ha atrapado, eres suyo, ya no puedes dormir sin soñarla, ya no puedes tomar aire sin respirarla.
Y es que como su droga no hay otra. Te provoca viajes siderales, experiencias multicolores, que van de la pasión enajenante a la sublime dulzura. Te hace sentir guerrero en el ardor de la batalla, caballero en la corte del rey Arturo, villano imaginario, todo al mismo tiempo. Y cuando estás cansado de tanta aventura, te acoge entre sus pechos para volverte niño.
Ya no puedes dejar de pensar en ella, a todas horas. Te ha robado tus días, tus noches, tus ratos muertos. Te ha sorbido la vida. Pero es tanto el placer que te da a cambio que no te importa... tu propia alma le entregarías...
Y mira que ella lo advierte a todo hombre que se le arrima: soy droga pura, veneno. Escapa si aún estás a tiempo.
domingo, 4 de marzo de 2012
Dos pendientes para un zapato
Caminaba con mi marido de la mano, los dedos fuertemente entrelazados. Llegamos al céntrico piso del violinista a la hora acordada. Yo llevaba en el bolso una botella de Rioja que ayudase a templar los nervios si los hubiera, o que caldease un poco el ambiente, de no haberlos. Antes de llamar a la puerta mi marido me preguntó: cómo estás?, nerviosa? Aquella pregunta trajo a mi mente cómo había empezado todo: el día en que le confesé cuál era mi deseo; aquel momento de angustia, frente a mi ordenador, después de haber enviado el mail en que le hacía la propuesta al violinista; las muchas horas robadas al sueño, hablando entre susurros sobre porqué, cómo, qué significaba para nosotros todo aquello... Tanta complicidad, tanta ilusión, tanto descubrirnos de nuevo, tanto conocernos-reconocernos... Y en aquel instante, bajo el quicio de aquella puerta, le amé más que nunca, y respondí a su pregunta: no, no estoy nerviosa. Estoy excitada, pero asombrosamente tranquila, y segura de querer esto. Y tú, cómo estás? Respondió: todo bien. Adelante con ello.
Un solo timbrazo. No fue necesario un segundo. El violinista acudió enseguida a abrir. Hubo efusivos saludos, nos abrazamos allí mismo, en el pasillo. Él era el más nervioso de los tres, se notaba a las leguas, aunque lo negase. Por romper el hielo de entrada, le miré a los ojos y comenté divertida: qué locura, no? Saqué la botella del bolso. Tienes descorchador? Claro! Entrad!, dijo riendo. Tengo muchos descorchadores! Y pasamos a la cocina. Al entrar en ella miré la mesa en la que tantos buenos ratos de charla habíamos compartido los tres, y un escalofrío recorrió mi espalda. Pensé: ojalá esto no acabe con todo... En seguida apareció él con su descorchador último modelo y me sacó de mi ensimismamiento.
La verdad, no sé bien cómo iban ellos vestidos. Sí recuerdo con precisión la ropa que llevaba yo puesta, no en vano había pasado media tarde dándole vueltas al modelito. Lencería negra, muy sencilla y ajustada al cuerpo. La ropa también negra: una falda de seda plisada y corta, una sencilla camisa entallada, que vestí suelta, sobre la falda, ciñendo mi talle con un fino cinturón. El escote abierto hasta donde asoma el pecho, lo justo: suficiente para insinuar sin enseñar. Pantys de fina lycra y unos peep-toes de charol negro. Cazadora de cuero crema.
El violinista pareció no fijarse en mi atuendo cuando llegamos, pero supongo que sí lo hizo, porque tiempo después me confesó que todavía recordaba lo que yo vestía el día que nos habíamos conocido.
Es curioso cómo se almacenan los recuerdos... De aquella intensa noche hay partes que están muy borrosas, de las que sólo consigo recuperar imprecisas sensaciones. No sé muy bien cómo fue que llegamos de la cocina al suelo del salón, ni quién me desnudó, cómo lo hizo, si lo hice yo... Sin embargo, otras creo que permanecerán por siempre grabadas a fuego en mi memoria: el momento en que mi marido me empujó dulcemente en brazos del violinista, dándonos así el valor que sabía iba a faltarnos; el Dios mío! que musitó en mi oído cuando me tuvo entre sus brazos, con su pecho pegado al mío; el sabor de su piel cuando le besé en el cuello. La mirada confiada y curiosa de mi marido al contemplarnos; la dulzura con la que de vez en cuando él confirmaba que todo iba bien; la complicidad entre ellos dos. Mis manos, sus manos, sobre el espejo del armario; mis rodillas en la madera del suelo. Mi boca en sus pollas, sus bocas en mi coño; los dedos del músico arrancando de mis adentros las notas más hermosas...
Uno de mis pendientes cayó al hacer un movimiento. El violinista se agachó a recogerlo. Me quité el otro para no perderlos y él tomó ambos y, amorosamente, los metió en uno de mis zapatos. "Dos pendientes para un zapato", dijo. Los tres nos miramos y, cómplices, reímos.
Un solo timbrazo. No fue necesario un segundo. El violinista acudió enseguida a abrir. Hubo efusivos saludos, nos abrazamos allí mismo, en el pasillo. Él era el más nervioso de los tres, se notaba a las leguas, aunque lo negase. Por romper el hielo de entrada, le miré a los ojos y comenté divertida: qué locura, no? Saqué la botella del bolso. Tienes descorchador? Claro! Entrad!, dijo riendo. Tengo muchos descorchadores! Y pasamos a la cocina. Al entrar en ella miré la mesa en la que tantos buenos ratos de charla habíamos compartido los tres, y un escalofrío recorrió mi espalda. Pensé: ojalá esto no acabe con todo... En seguida apareció él con su descorchador último modelo y me sacó de mi ensimismamiento.
La verdad, no sé bien cómo iban ellos vestidos. Sí recuerdo con precisión la ropa que llevaba yo puesta, no en vano había pasado media tarde dándole vueltas al modelito. Lencería negra, muy sencilla y ajustada al cuerpo. La ropa también negra: una falda de seda plisada y corta, una sencilla camisa entallada, que vestí suelta, sobre la falda, ciñendo mi talle con un fino cinturón. El escote abierto hasta donde asoma el pecho, lo justo: suficiente para insinuar sin enseñar. Pantys de fina lycra y unos peep-toes de charol negro. Cazadora de cuero crema.
El violinista pareció no fijarse en mi atuendo cuando llegamos, pero supongo que sí lo hizo, porque tiempo después me confesó que todavía recordaba lo que yo vestía el día que nos habíamos conocido.
Es curioso cómo se almacenan los recuerdos... De aquella intensa noche hay partes que están muy borrosas, de las que sólo consigo recuperar imprecisas sensaciones. No sé muy bien cómo fue que llegamos de la cocina al suelo del salón, ni quién me desnudó, cómo lo hizo, si lo hice yo... Sin embargo, otras creo que permanecerán por siempre grabadas a fuego en mi memoria: el momento en que mi marido me empujó dulcemente en brazos del violinista, dándonos así el valor que sabía iba a faltarnos; el Dios mío! que musitó en mi oído cuando me tuvo entre sus brazos, con su pecho pegado al mío; el sabor de su piel cuando le besé en el cuello. La mirada confiada y curiosa de mi marido al contemplarnos; la dulzura con la que de vez en cuando él confirmaba que todo iba bien; la complicidad entre ellos dos. Mis manos, sus manos, sobre el espejo del armario; mis rodillas en la madera del suelo. Mi boca en sus pollas, sus bocas en mi coño; los dedos del músico arrancando de mis adentros las notas más hermosas...
Uno de mis pendientes cayó al hacer un movimiento. El violinista se agachó a recogerlo. Me quité el otro para no perderlos y él tomó ambos y, amorosamente, los metió en uno de mis zapatos. "Dos pendientes para un zapato", dijo. Los tres nos miramos y, cómplices, reímos.
sábado, 3 de marzo de 2012
Te sueño por primera vez
Cómo es posible echar tanto de menos a quien no se conoce siquiera? Cómo es posible que ya te cueles en mis sueños con tu cara recién puesta?
Me desperté esta mañana algo agitada y sudorosa. Desconcertada, un poco pálida, pero casi satisfecha. Acababa de verte antes de abrir los ojos. Tan nítido y tan de cerca, que parece imposible que esas imágenes no tengan más sustento que cuatro fotos: tus dos perfiles, tu mirada a cámara y ESA NUCA que es razón de toda mi desazón desde que le eché la vista encima. Esa nuca no muy despejada, asimétrica, que carga a izquierdas, pues el nacimiento del pelo, un poco rebelde (como intuyo a su dueño) no quiere de ningún modo renunciar a ser como le peta.
Esa nuca me obsesiona, me desconcentra, me crispa y me subyuga. Cuando la miro o la imagino produce cosquilleo en mis entretelas. Esa nuca pide a gritos que la muerda, que la babe, que la bese, que la recorra toda con mi lengua. Que aparte el cuello de la camisa para seguir descubriendo más piel, esa que le está vedada a mi vista porque la cámara no la revela.
En mi sueño de anoche, no obstante, te me aparecías de frente. Caminando lento hacia mí. Y tu rostro se me agrandaba a medida que te acercabas, portando esa sonrisa que en la foto llevas puesta, esa mirada algo pícara y cómplice que me descompone y me sobrecoge, que me eriza los pezones.
Supongo que mi mente cruzó dos datos: tu imagen y tu comentario sobre el placer que te producen los instantes previos al primer beso, al primer contacto. Y lo supongo porque era precisamente eso lo que mi sueño recreaba con fidelidad imposible: un tú acercándose a mí lentamente, con la clara intención de devorarme viva; un yo palpitando sólo de verte venir, descomponiéndome con el simple contacto del aire que desplazabas a mi alrededor.
Y mientras te aproximabas podía notar cómo mis carnes se abrían en canal, cómo mi epidermis se erizaba toda ella, desde la punta de mis dedos hasta la cima de mi cabeza. Todo mi ser activado con cada paso tuyo... No sucedió nada. No hubo roce, no hubo beso, no hubo siquiera caricia. Sólo humedad y fuego. Fuego abrasador que me consumía...
Me desperté esta mañana algo agitada y sudorosa. Desconcertada, un poco pálida, pero casi satisfecha. Acababa de verte antes de abrir los ojos. Tan nítido y tan de cerca, que parece imposible que esas imágenes no tengan más sustento que cuatro fotos: tus dos perfiles, tu mirada a cámara y ESA NUCA que es razón de toda mi desazón desde que le eché la vista encima. Esa nuca no muy despejada, asimétrica, que carga a izquierdas, pues el nacimiento del pelo, un poco rebelde (como intuyo a su dueño) no quiere de ningún modo renunciar a ser como le peta.
Esa nuca me obsesiona, me desconcentra, me crispa y me subyuga. Cuando la miro o la imagino produce cosquilleo en mis entretelas. Esa nuca pide a gritos que la muerda, que la babe, que la bese, que la recorra toda con mi lengua. Que aparte el cuello de la camisa para seguir descubriendo más piel, esa que le está vedada a mi vista porque la cámara no la revela.
En mi sueño de anoche, no obstante, te me aparecías de frente. Caminando lento hacia mí. Y tu rostro se me agrandaba a medida que te acercabas, portando esa sonrisa que en la foto llevas puesta, esa mirada algo pícara y cómplice que me descompone y me sobrecoge, que me eriza los pezones.
Supongo que mi mente cruzó dos datos: tu imagen y tu comentario sobre el placer que te producen los instantes previos al primer beso, al primer contacto. Y lo supongo porque era precisamente eso lo que mi sueño recreaba con fidelidad imposible: un tú acercándose a mí lentamente, con la clara intención de devorarme viva; un yo palpitando sólo de verte venir, descomponiéndome con el simple contacto del aire que desplazabas a mi alrededor.
Y mientras te aproximabas podía notar cómo mis carnes se abrían en canal, cómo mi epidermis se erizaba toda ella, desde la punta de mis dedos hasta la cima de mi cabeza. Todo mi ser activado con cada paso tuyo... No sucedió nada. No hubo roce, no hubo beso, no hubo siquiera caricia. Sólo humedad y fuego. Fuego abrasador que me consumía...
viernes, 2 de marzo de 2012
La cucharilla de café
Regresé con la cucharilla que habías pedido. Algo nerviosa, tensa, y desde luego desconcertada. Te pregunté: pero qué demonios se te ha ocurrido hacer con esto? no pensarás...? No me dejaste ni acabar la frase. Dijiste en tono firme y seco: termina de desnudarte de cintura para abajo y métela en el coño. Yo, con los ojos como platos te interpelé: pero...eres idiota!, no ves que puedo hacerme daño? Con tono algo más dulce y buscando mis ojos me dijiste: confía en mi. Hazme caso. Como un borreguito guiado por tus palabras, temblando, me descalcé y me saqué la falda. Tú seguías atentamente la maniobra desde el sofá, con tu libro aún en las manos. Percibías a esa corta distancia mi temblor, mi ansiedad. Acercaste tu mano a mi antebrazo y me hiciste una caricia suave y prolongada. El vello de mi nuca se erizó a ese simple contacto. Te miré a los ojos, suplicante, con la cucharilla en la mano, pidiendo clemencia... Me hiciste una indicación con la cabeza para que continuase. Me puse en cuclillas para colocármela. La noté fría y dura, sus bordes no eran ásperos, y sin embargo producían un desagradable roce en mi mucosa. Pero en cuanto estuvo dentro, mi coño empezó inmediatamente a segregar jugos, y subió de temperatura de tal forma que el frío metal dejó de serlo. Me pediste entonces que me sentase. Ahora?... Me siento?... Sí. Quiero que te sientes y continuemos leyendo. Pero se me clavará... Me hará daño. No va a pasar nada. Siéntate y lee. Hazme caso.
Permanecimos así ya no recuerdo cuánto tiempo, sentados uno junto al otro, en silencio. Yo trataba de concentrarme en la lectura, pero me era imposible, y no porque la cuchara me molestase: mi cavidad ya la había incorporado, formaba parte de mi cuerpo. No podía concentrarme porque aquella agónica espera acrecentaba mi excitación. Tener aquel cuerpo extraño señalando el punto de de mi carne que era objeto de tu deseo, me concentraba en él, dirigía allí todos mis sentidos. Nunca antes había conocido tan bien mi coño por dentro, desde dentro. Podía notar cada micro contracción, cada músculo tensándose por separado, cada glándula segregando jugo... No era yo quien te deseaba de tal manera. Era él, aquella sola parte de mi cuerpo. Él mandaba y gobernaba el momento. Por encima de mí, aún en contra de mi cerebro, el cual sentía cierta repulsión, incomodidad, rechazo por aquel sometimiento. Pero era así. No podía negármelo. En contra de mi voluntad, mi coño ardía por ti. Más que nunca TE DESEABA.
Permanecimos así ya no recuerdo cuánto tiempo, sentados uno junto al otro, en silencio. Yo trataba de concentrarme en la lectura, pero me era imposible, y no porque la cuchara me molestase: mi cavidad ya la había incorporado, formaba parte de mi cuerpo. No podía concentrarme porque aquella agónica espera acrecentaba mi excitación. Tener aquel cuerpo extraño señalando el punto de de mi carne que era objeto de tu deseo, me concentraba en él, dirigía allí todos mis sentidos. Nunca antes había conocido tan bien mi coño por dentro, desde dentro. Podía notar cada micro contracción, cada músculo tensándose por separado, cada glándula segregando jugo... No era yo quien te deseaba de tal manera. Era él, aquella sola parte de mi cuerpo. Él mandaba y gobernaba el momento. Por encima de mí, aún en contra de mi cerebro, el cual sentía cierta repulsión, incomodidad, rechazo por aquel sometimiento. Pero era así. No podía negármelo. En contra de mi voluntad, mi coño ardía por ti. Más que nunca TE DESEABA.
jueves, 1 de marzo de 2012
Aquella tarde
Aquella tarde en piso prestado. Salón con vistas a los tejados viejos. La escasa luz atravesaba las vidrieras de colores de aquella galería. Tu rostro, el mío, estaban hermosos así: caleidoscópicos.
Todo el tiempo por delante, nada urgente para hacer. Decidimos leer un rato. Cada uno escogió un libro de la nutrida biblioteca ajena. Nos sentamos frente al ventanal, uno al lado del otro, y nos enfrascamos en la lectura. Sin música, sin tele, sólo tú, yo, y el apagado murmullo de la calle. Aparentemente ajenos, pero no. Tu respiración, mi respiración, eran un flujo de aire continuo que nos mantenía conectados. Ausentes, pero presentes. El relativo silencio me dejaba oír tu latido, y a ti el mío.
No tardaste mucho en acercar tu mano a mi muslo, de forma distraída, como buscando un apoyo para una de las frases que leías. Y esa mano en mi muslo conectó mi libro con el tuyo. De pronto los dos leíamos el mismo. Sin mirarme tan siquiera, ni yo a ti, levantaste mi falda plisada y te colaste en mis medias. Urgaste entre mis bragas y encontraste aquello que buscabas. Al contacto con tus dedos me humedecí al instante. Quizás en nuestro libro común leí "agua", y agua hubo en mis bragas. Después, seguramente tú leíste "fuego", porque acerqué mi mano a tu polla y noté que ardía.
Al desgaire me dijiste: quítate las bragas. Y lo hice. Entonces en tono imperativo hiciste una petición extraña: trae una cucharilla de café. Yo, pasmada, pero hipnotizada por tu voz, dejé mi libro y fui a buscarla.
Todo el tiempo por delante, nada urgente para hacer. Decidimos leer un rato. Cada uno escogió un libro de la nutrida biblioteca ajena. Nos sentamos frente al ventanal, uno al lado del otro, y nos enfrascamos en la lectura. Sin música, sin tele, sólo tú, yo, y el apagado murmullo de la calle. Aparentemente ajenos, pero no. Tu respiración, mi respiración, eran un flujo de aire continuo que nos mantenía conectados. Ausentes, pero presentes. El relativo silencio me dejaba oír tu latido, y a ti el mío.
No tardaste mucho en acercar tu mano a mi muslo, de forma distraída, como buscando un apoyo para una de las frases que leías. Y esa mano en mi muslo conectó mi libro con el tuyo. De pronto los dos leíamos el mismo. Sin mirarme tan siquiera, ni yo a ti, levantaste mi falda plisada y te colaste en mis medias. Urgaste entre mis bragas y encontraste aquello que buscabas. Al contacto con tus dedos me humedecí al instante. Quizás en nuestro libro común leí "agua", y agua hubo en mis bragas. Después, seguramente tú leíste "fuego", porque acerqué mi mano a tu polla y noté que ardía.
Al desgaire me dijiste: quítate las bragas. Y lo hice. Entonces en tono imperativo hiciste una petición extraña: trae una cucharilla de café. Yo, pasmada, pero hipnotizada por tu voz, dejé mi libro y fui a buscarla.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)