sábado, 31 de marzo de 2012

Lamo tus dedos

Uno por uno. Despacio... despacio. A destra. A sinistra. El corazón sobre todo, porque esa es la vía más directa entre mi víscera y tu víscera. El índice más aún, pues me señala desde la otra punta de una cruel geografía. Luego el anular, en el que poco me importa que lleves anillo, también yo lo llevo. Después el meñique, por pequeño e indefenso; me recuerda mi esencia de madre, me saca los mimos afuera. Y el pulgar, ese rechoncho tontorrón, que por estar apartado de su camada, busca con más ansia consuelo en mi húmedo apéndice; en mi lengua, a veces dulce, a veces de arpía. Para todos tengo lugar en mi boca. Para cada uno de ellos, mi tibia saliva.

1 comentario:

  1. La leí y entendí a Cernuda, y mis manos fueron «manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
    cataratas de manos...»

    Y mis dedos fueron, como usted quería, caminos para llegar a todas mis vísceras, para despertar sentimientos y para despertar el deseo.

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