jueves, 1 de marzo de 2012

Aquella tarde

Aquella tarde en piso prestado. Salón con vistas a los tejados viejos. La escasa luz atravesaba las vidrieras de colores de aquella galería. Tu rostro, el mío, estaban hermosos así: caleidoscópicos.

Todo el tiempo por delante, nada urgente para hacer. Decidimos leer un rato. Cada uno escogió un libro de la nutrida biblioteca ajena. Nos sentamos frente al ventanal, uno al lado del otro, y nos enfrascamos en la lectura. Sin música, sin tele, sólo tú, yo, y el apagado murmullo de la calle. Aparentemente ajenos, pero no. Tu respiración, mi respiración, eran un flujo de aire continuo que nos mantenía conectados. Ausentes, pero presentes. El relativo silencio me dejaba oír tu latido, y a ti el mío.

No tardaste mucho en acercar tu mano a mi muslo, de forma distraída, como buscando un apoyo para una de las frases que leías. Y esa mano en mi muslo conectó mi libro con el tuyo. De pronto los dos leíamos el mismo. Sin mirarme tan siquiera, ni yo a ti, levantaste mi falda plisada y te colaste en mis medias. Urgaste entre mis bragas y encontraste aquello que buscabas. Al contacto con tus dedos me humedecí al instante. Quizás en nuestro libro común leí "agua", y agua hubo en mis bragas. Después, seguramente tú leíste "fuego", porque acerqué mi mano a tu polla y noté que ardía.

Al desgaire me dijiste: quítate las bragas. Y lo hice. Entonces en tono imperativo hiciste una petición extraña: trae una cucharilla de café. Yo, pasmada, pero hipnotizada por tu voz, dejé mi libro y fui a buscarla.

1 comentario:

  1. Cuando uno cree que no se puede ir más allá usted da, ya no un paso, un salto mortal con pirueta. El placer nunca acaba, el sexo no tiene fin, la sensualidad en bucle,...

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