Me gustan los sombreros porque son como elementos de un disfraz. Te permiten expresar un estado de ánimo y sugerir un personaje, proponer un juego al que te mira. Me parecen tan hermosos que saldría a la calle vestida solo con uno de ellos, y unos tacones a juego.
Elegiría cuidadosamente el modelo: gorra para el día en que me sienta más gamberra y quiera que me lleves a un rincón oscuro donde me arranques las risas a mordiscos. Pamela cuando me despierte con ganas de conquistar a un romántico que me haga flotar y bailar desnuda sobre los tejados. Los de plumas los reservaría para una ocasión especial, una de esas en que salgo decidida a comerme el mundo y a los hombres que lo habitan, del primero al último, resonando mis tacones contra el pavimento como primer aviso. Y en capítulo aparte está el de ruda vaquera, mi fetiche. Ese, ese solo se lo paseo a mi montura preferida...
"Una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall,..." como cantaba Silvio Rodríguez en su "Óleo de Una Mujer con Sombrero", pero la de la canción no es usted, seguro que no, porque la de la canción es "una mujer se ha perdido conocer el delirio y el polvo...".
ResponderEliminarAdemás, de las mujeres con sobrero yo a usted la veo más como a la de Kees van Dongen que como la de Chagall.