jueves, 15 de marzo de 2012

De medio pelo

Todos salen del restaurante con sus regalitos de empresa empaquetados, sus abriguitos loden y sus trajes de medio pelo. Qué mal les sientan! Las corbatas les caen como soga al cuello.

Congregados a la puerta convierten la acera en salida de misa, sólo que su dios es otro y su ceremonia algo distinta. Aquí el pan se convierte en empanada de zamburiñas, chupito de caldo gallego y (a elegir) caldereta de cordero, ternera guisada o parrillada de marisco. Y el agua se transmuta en rioja o albariño. Su sacerdote, en lugar de sotana viste traje, éste sí, de pelo entero. Y monta en lujoso coche que viene a recogerlo, rodeado de acólitos, y con cara de satisfacción y alivio por librarse al fin de su feligresía convencida. Él que es un cínico, un escéptico de lo suyo, un descreído. Probablemente se llama Manuel, pero ni santo, ni bueno, ni mártir.

Cuando paso por delante se giran, me miran. Noto sus babas en mi nuca, su aliento alcohólico se pega a mi piel. Todos ellos tan cutres, tan grises y tan pagados de si mismos. Y una náusea grande, grande, me inunda, y me entran ganas de agarrar a uno por el cinto, bajarle la bragueta, comerle la polla hasta extraer todo su líquido fermentado de sudor y vino y después, ante sus caras de estúpido y lujurioso pasmo, escupirlo.

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