Regresé con la cucharilla que habías pedido. Algo nerviosa, tensa, y desde luego desconcertada. Te pregunté: pero qué demonios se te ha ocurrido hacer con esto? no pensarás...? No me dejaste ni acabar la frase. Dijiste en tono firme y seco: termina de desnudarte de cintura para abajo y métela en el coño. Yo, con los ojos como platos te interpelé: pero...eres idiota!, no ves que puedo hacerme daño? Con tono algo más dulce y buscando mis ojos me dijiste: confía en mi. Hazme caso. Como un borreguito guiado por tus palabras, temblando, me descalcé y me saqué la falda. Tú seguías atentamente la maniobra desde el sofá, con tu libro aún en las manos. Percibías a esa corta distancia mi temblor, mi ansiedad. Acercaste tu mano a mi antebrazo y me hiciste una caricia suave y prolongada. El vello de mi nuca se erizó a ese simple contacto. Te miré a los ojos, suplicante, con la cucharilla en la mano, pidiendo clemencia... Me hiciste una indicación con la cabeza para que continuase. Me puse en cuclillas para colocármela. La noté fría y dura, sus bordes no eran ásperos, y sin embargo producían un desagradable roce en mi mucosa. Pero en cuanto estuvo dentro, mi coño empezó inmediatamente a segregar jugos, y subió de temperatura de tal forma que el frío metal dejó de serlo. Me pediste entonces que me sentase. Ahora?... Me siento?... Sí. Quiero que te sientes y continuemos leyendo. Pero se me clavará... Me hará daño. No va a pasar nada. Siéntate y lee. Hazme caso.
Permanecimos así ya no recuerdo cuánto tiempo, sentados uno junto al otro, en silencio. Yo trataba de concentrarme en la lectura, pero me era imposible, y no porque la cuchara me molestase: mi cavidad ya la había incorporado, formaba parte de mi cuerpo. No podía concentrarme porque aquella agónica espera acrecentaba mi excitación. Tener aquel cuerpo extraño señalando el punto de de mi carne que era objeto de tu deseo, me concentraba en él, dirigía allí todos mis sentidos. Nunca antes había conocido tan bien mi coño por dentro, desde dentro. Podía notar cada micro contracción, cada músculo tensándose por separado, cada glándula segregando jugo... No era yo quien te deseaba de tal manera. Era él, aquella sola parte de mi cuerpo. Él mandaba y gobernaba el momento. Por encima de mí, aún en contra de mi cerebro, el cual sentía cierta repulsión, incomodidad, rechazo por aquel sometimiento. Pero era así. No podía negármelo. En contra de mi voluntad, mi coño ardía por ti. Más que nunca TE DESEABA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario