Como sólo tú sabes hacerlo. Buscarás la mejor orientación para que la luz del sol no moleste a mis ojos. Con tu mano, cerrarás suavemente mis párpados. Me besarás en la boca, con un beso corto, que me sabrá a poco. Me pedirás que me relaje, y yo me dispondré a hacerlo, para así poder disfrutar más de tus desvelos.
Tus dedos desenredarán con cuidado mi pelo, preparándolo para recibir su bautismo. El primer contacto con el agua me sorprenderá, como siempre, y me arrancará una sonrisa infantil, de niña que descubre el placer inocente.
Mientras me enjabonas, me arrullarás con tu voz, dejando caer palabras hermosas en mi oído. Sentiré en mi cuero cada uno de tus diez dedos, acariciando, presionando, activando con mimos todo mi cuerpo. Me abandonaré por completo a ese placer que me envuelve y que avanzará como una onda por toda mi piel. Llegará hasta mis pechos, rebotará en mi ombligo, se expandirá hasta los dedos de mis pies, que se desperezarán como gatitos.
Demasiado a menudo los hombres olvidamos la sensibilidad del cuero cabelludo, del placer que puede esconderse junto a las raíces del cabello, de que nuestros diez dedos son capaces de acariciar también esa parte de su piel.
ResponderEliminarComo casi siempre usted nos recuerda con sensualidad lo infinita que puede / debe de ser la caricia.
Debo de confesar que también a mi me fascina esa caricia, especialmente cuando la recibo en el momento en el que mi cabeza queda perfectamente al alcance de las manos femeninas, un momento en el que la caricia se convierte en una presión que conmina a permanecer en ese punto...