Subimos a ese metro.
Me abrazaste por la cintura, y procuraste no soltarme. Los bártulos amontonados en tus manos lo convertían en una aventura.
Descubrimos juntos pelirrojas amenazantes y folclóricas pescaderas que tú engatusaste. Rehuimos tumultos de incómodos turistas, buscando el sabor auténtico de esas calles.
Te regalé mis risas, y mi música, y tú, a cambio, tu tiempo encerrado tras hermosos cristales.
Me guiaste por tus lugares como a una ciega que conoce-reconoce. Y la ciudad fue nueva para mí. Nueva y deslumbrante.
Compartimos texturas y colores, sorprendentes adornos de papel, tras vidrieras de barrios con acento.
Buscaste para mí hermosos peces, y rojas cerezas que colgarías de mis pezones erectos.
Renunciaste a tus putas de barrio, a tus libros de viejo. Por mí. Por mi charla disparatada, por mi mirada húmeda de deseo.
Les gritaste a todos los que pasaban que era tuya, no de ellos. Y fue cierto. Era tuya la que iba a tu lado en aquel vagón de metro.
Cito a Garrido Muñoz, que describió como pocos el paseo: "En el curso de la experiencia de una persona, el cuerpo del paseante urbano, como cuerpo fenomenológico que es, se siente en estado de guerra consigo mismo, se excita, se ansía. El mundo de la ciudad conforma el escaparate ideal para una erotología de los sentidos en la que el paseante no sólo construye una relación semiótica con las redes del espacio que lo envuelven, sino que sus recorridos lo llevan a establecer una exploración erótica del topos de la calle como lugar exterior de descubrimiento cotidiano."
ResponderEliminarPor eso entiendo que te guste pasear. Siempre recomiendo pasear con la mirada hacia arriba, a menudo descubrimos una ciudad distinta si levantamos la vista, si nos elevamos del asfalto pegajoso y vulgar a la noble piedra de las paredes,... pero quien pasee contigo difícilmente podrá apartar su mirada de ti
Ooooohhhhh! Este comentario supera con creces la entrada que lo motiva. Te has sobrao! Gracias, como siempre. ;)
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