miércoles, 8 de febrero de 2012

Cuando me atas


Me dices: siéntate y espera, y me besas en la frente con dulzura. Sacas tus cuerdas del cajón donde siempre las guardas. Yo, mientras, me siento en el borde de la cama, desnuda, en estado de alerta, ya concentrada. Sigo con atención todas tus maniobras, sin perder detalle de ellas.

Te demoras estirando las cuerdas. Esas cuerdas de cáñamo de aspecto tan rudo y básico. Puro oriental: sin rebuscamientos artificiosos. De un material simple, elemental, como elemental y simple es la idea.

Empiezo a sentir frío. Pero no porque lo haga, sino porque mi cuerpo arde ya por dentro sólo de anticipar momentos.

Te acercas a mí sin hablarme, mirándome fijo a los ojos, contemplándome después de arriba a abajo. Y no sonríes. Tampoco estás serio. Estás simplemente absorto.

Te arrodillas frente a mí. Pasas la cuerda por mi frágil cintura. La anudas delante, a la altura de mi ombligo. Agachas la cabeza y te detienes un instante para lamerlo. A mí se me escapa un gemido.  Y comienzas a rodear mi vientre con la cuerda, llegando hasta casi el pecho. Haces movimientos lentos y precisos, en silencio los dos. Yo te miro. Y tú de vez en cuando levantas la vista y te encuentras con mis ojos que te buscan febriles. Me regalas una penetrante mirada, pero nada dices. No hace falta decir nada. Los dos sabemos que el otro muere de anhelo, arde en deseo.

Continúas con tu ceremonia, haciendo nudos y pases de cuerda. A cada rato me preguntas: te hacen daño? Molestan? Te digo que no, aunque no es del todo cierto. Claro que molestan! El roce de la cuerda al pasar contra mi piel escuece y quema, y la fricción  produce un delicioso sonido seco y sordo. Atas luego mis muñecas una contra otra y las encadenas a mi espalda. Luego doblas mi pierna izquierda y la fijas así, flexionada.  Sólo mi pierna derecha queda libre ya. Soy ya una mujer en obligado escorzo, una mujer de una pieza. Houdiniana estampa.

Me recuestas sobre la cama. Has de moverme tú porque mi cuerpo no responde ya a mi voluntad de acción. Nada puedo hacer si no es con tu ayuda, bajo tu dirección. Eso me hace sentirme pequeña y frágil, delicada porcelana cara. Y tú como tal me tratas. Con devoción y veneración.

Te tumbas a mi lado y, entonces sí, me sonríes. Acaricias mi pelo, mi frente. Mientras tus ojos se pasean por todo mi cuerpo, recorriendo una y otra vez el camino que lleva de mi escote hasta mi sexo (de la playa al monte, del monte hasta la playa). Acaricias mi pierna, y ésta se me hace más larga; me parece infinita, tal es tu detenimiento y parsimonia al acariciarla. Te recreas en su cara interna, aproximándote con lascivia a mi coño. Mi cuerpo empieza entonces a vibrar trémulo. Mi respiración se agita. Intento moverme pero no puedo. Tu mano se aleja y trato de perseguirla, queriendo acercarle mi coño que la busca frenético. Pero no me es posible ir tras ella. Estoy a tu merced. Sólo puedo dejarme hacer. Tú me dices: shhhh. Estate quieta. Y yo me rindo a ti. Cierro mis ojos y me concentro en lo que venga.

Mi pezón recibe una sorpresa en forma de labios. Se sobresalta, y yo con él. Doy un respingo, ahogo un suspiro. De pronto, de buenas a primeras el ritmo cambia, y empiezas a lamerme toda, como si no me conocieras, como si quisieras reaprenderme con tu lengua. El rastro de saliva que vas dejando por mi cuerpo se va enfriando al contacto con el aire, a medida que te alejas. Y yo me concentro en esas sensaciones, con los ojos aún cerrados, intentando predecir tu ruta por mi piel.

Y es de repente que te aproximas más y noto el primer contacto con tu polla. Está dura y firme. Late caliente. Ahí sí que exclamo. Y río nerviosa como una niña que estrenase falo en tarde de domingo lluvioso. Ohhh!, digo. Mmm, digo. Ahh!, digo. De la punta escurre una gota de tu elixir, y te pido, te suplico, que me lo acerques a la boca. Con mi lengua extendida rescato esa primera gota. Es ámbar liquido. Y recojo mi lengua sobre mi paladar para saborear la delicatessen tibia y salada.

Entonces das un giro drástico a la situación. Aún sin abrir los ojos puedo notar cómo te tensas. Me volteas para ponerme boca arriba. Abro los ojos y te veo como un hermoso toro a punto de embestirme, sujetando mis rodillas y abriendo mis piernas mientras conduces tu magnífica polla hasta mi puerta. Entra!, te digo. El máximo placer nos espera! Comienzas poco a poco. Cierras mis bajos labios para que tu verga entre más prieta, y yo acciono mis músculos vaginales para comerla. Soy una planta carnívora.

Te recreas en hacerme sentir la punta. La sacas, la paseas por mi coño, azotas suavemente mi clítoris con ella. Se me descompone el gesto. Me retorcería si pudiera. Pero no puedo. Sólo puedo notarme y notarte al cien por cien, con todos mis sentidos.

Y ahora sí, empiezas a embestirme con fuerza, rítmicamente. Me sujetas por el cuello, devorándome con los ojos, mirándome como si nunca más fueses a verme, y me gritas mientras nos venimos: estás hermosa, más hermosa que nunca!!!

1 comentario:

  1. Si esta entrada no tiene ningún comentario sólo tiene una explicación para mí... pero sólo confesaré bajo tortura.

    ;)

    ResponderEliminar