Aunque otras partes del cuerpo masculino también me gustan, en ninguna otra me detengo y me recreo tanto como en ésta.
El falo, símbolo clásico de poder masculino, me subyuga, me posee y, en cierto modo, me reconforta.
Disfruto sobremanera descubriendo sus sectetos. Mi dedicación a aprenderlo todo sobre él ha sido plena por momentos. Y creo que eso me ha permitido adquirir una competencia suficiente como para proclamar ante todos que pertenezco ya, de pleno derecho, a la secta de adoratrices del falo.
Me gusta convertir en un pequeño ritual votivo mi acercamiento a la verga de mi compañero:
Con respeto y veneración, observo primero. Contemplo desde media distancia el grandioso espectáculo de un miembro en posición de firmes. Enhiesto. Mirándome a mí. Nariz primitiva que me olfatea desde lejos, y que hacia mí se orienta, como antena de insecto.
Me acerco sigilosa, lenta. Planificando de antemano y cuidadosamente cuáles serán cada uno de mis movimientos. Valorando la mejor estrategia, adaptada a su forma y tamaño. Cual felino que observa a su presa.
Durante tiempo he entrenado mis manos para dar placer a este miembro. Tanto mi diestra como mi zurda están preparadas para ello. Me gusta intercambiarlas, para introducir cambios de ritmo. No permito que se habitúe, que se canse de mí, en ningún momento.
Dibujo sinuosos recorridos con mis dedos. Acelero motores con mis puños cerrados sobre su suave madero. Uso los dedos, las palmas, el dorso de mis manos... Lo que sea necesario para conseguir que esté siempre atento.
En un posterior momento dejo que sea mi boca la que entre en juego. Primero lo que sale de ella: mi soplo fresco y estimulante, mi aliento cálido y embriagador. Luego, me acerco. Parsimoniosamente. Sin dejar de mirar a mi acompañante a los ojos. Me detengo en ellos. En esa mirada de ansiedad, de deseo irrefrenable, de tensa espera. Su falo ya está a mi merced. Se pregunta desconcertado qué es lo que me propongo hacer con él. Ese momento previo es el mejor. Ahí se decide todo. Es en ese instante me juego el cien por cien y voy a por el resto, dejando que mi instinto me guíe hasta el acierto...
Mi lengua se pasea gloriosa. Sin dejarse ningún recodo, ningún recoveco. Mis labios se adaptan a su forma como si estuviesen dibujados a tal efecto. Mi garganta se abre hasta mi estómago para dar cabida a todo lo veo. Me entrego sin limites, sin recortes, a darle todo lo que desea y espera. Y también a sorprenderle con todo lo que siquiera soñó que sucediera.
En ese trance, mi objetivo, mi pasión, mi vocación, es entregar todo lo que de mí pueda.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHasta hoy había pensado que la genitalidad podia alejarnos de una sexualidad completa. Gracias por desintegrar mis convicciones en unas líneas.
ResponderEliminarLa genitalidad es un elemento más. Por supuesto que sí! Uno entre otros muchos...
ResponderEliminar