La luz estampa en mi piel los relieves de la cortina. Nuestras temperaturas han alcanzado un equilibrio perfecto entre las sábanas y la consciencia todavía dormita. Tu mano me busca y yo la incorporo a mi sueño: es grande y me recorre toda, y de pronto es una lengua de mar que lame la arena. Y yo tendida en ella, y esa cálida ola me penetra. Me lleno de mar por dentro y se me sale por la boca, y de repente es agua fresca que me espabila y me despierta. Se vuelve río rugiente que me arrastra y me posee. Me lleva hasta los rápidos, donde caigo, me precipito contigo en una cascada que brama, otra vez hasta el fondo del río; y allí de nuevo encuentro tu mano, en el plácido lecho de arena que son nuestras sábanas, de las que nunca partimos.
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