Que no tenga ocaso. Que se reproduzca eternamente en sinuosas curvas donde tú descanses tus ojos y tus manos.
Esa espalda no llorará jamás, solo hablará de deseo y, si acaso, de ternura. Se te ofrecerá siempre, pero no para poner distancia, sino para que te pierdas en ella.
Benditas sean las espaldas infinitas que ante uno, se arquean de deseo al recibirnos. Yo las venero. Amén.
ResponderEliminar