Exhausta de tanto leer. Sus ojos y su boca estaban tan secos como húmeda y lúbrica la polla de él.
El sudor que la piel de su rostro rezumaba en aquella noche tórrida, rodaba lento y silente hasta las páginas del libro, empapando y emborronando las palabras que se desdibujaban a medida que ella las leía en alto.
Su mente se desdoblaba: se introducía en aquellas historias guarras que su boca rapsoda traducía a espasmos, mientras su piel gritaba en silencio: fóllame de una vez. Hazme ya todo esto que te cuento.
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