Pronto se cumplirá un año de mi llegada a twitter. Cierto es que cuando aterricé por allí ya peinaba yo algunas canas y tenía el culo pelado de andar por el mundo. Así que no caí del guindo al descubrir la variopinta colección de hombres cantamañanas que cabe en el 2.0, pero es cierto que en el entorno virtual resulta más complicado detectarlos. Si en la calle se les ve venir de lejos (ya suelen tener rasgos físicos de gilipollas), en twitter te llevas a veces decepcionantes sorpresas. Aparte de otros, que imagino me quedan por encontrar, éstos son los cuatro tipos de cantamañanas que más abundan.
- El macho ibérico: acostumbra a presumir de habilidades y medidas de las que en realidad carece. Cree saberlo todo acerca del sexo contrario, y resulta inaudito lo convencido que está de poder complacernos a todas, incluso a todas a un tiempo. Se piensa a sí mismo como azote de féminas, cuando en realidad le cuesta un mundo despegarse de la barra de bar desde la que, acodado, vive a la conquista de presas ingenuas. Se le enfría la sangre más que la copa que sostiene si se le acerca cualquier mujer que no huela a cervatilla tierna, y suele salir huyendo por piernas.
- El “pro”: normalmente pro-fesional liberal relacionado con el mundillo del audiovisual y del diseño. Tiene el pequeño vicio de creerse ombligo del mundo y piensa que éste no se extiende más allá de sus cuatro amigos y coleguitas del ramo. Tiende a ver a todas las mujeres como secretarias a punto de bajarle los pantalones tras su mesa de despacho de mucho diseño. Y muy probablemente las secretarias de su oficina se reúnen en torno a la máquina del café para comentar entre ahogadas risas su última babosada. Se siente llamado a dar lecciones de vida y estilo. Cuando quiere hablar bien de sí mismo, no tiene otro recurso que colgar fotos del restaurante caro al que ha ido. Bajo su barba de hipster le asoma la urticaria provocada por la tensión de estar tan pendiente de su barrigudo ombligo.
- El caballero español: éste es el cretino por excelencia. Grotesca caricatura de sí mismo, colecciona valores trasnochados que no son sino tics arrastrados desde su pasado glorioso. Llama a las mujeres reinas, y las trata de sirvientas. En cualquier caso le cuesta sentarse a la mesa con ellas, a su misma altura, si no es para hacer manitas bajo el mantel. En foros públicos se erige en modelo de elegancia y buena educación, y ya en privado se le olvida el manual, que se ve lo deja en casa. Le gusta presumir de condición de caballero, pero tiene la capa en el tinte, y el clavel de su solapa es de plástico.
- El eterno dubitativo: éste parece más gallego que yo, aunque no lo sea: el pobre no sabe si sube o baja, si entra o sale, o si se le ha parado el ascensor en otra planta. Dice que le gustan las mujeres, le gusta el vino, pero aún está por demostrar que no le falte un hervor para haberse definido del todo. Eso sí, marear le gusta un rato. Suele equiparse con un surtido de palabras y adagios, cuatros frases cutres y dos pensamientos que le bastan para ocultarse una temporada, como si llevase puesto un uniforme de camuflaje. Aún a pesar de esto, es el más fácil de detectar de todos ellos, porque el hombre duda tanto, que hasta duda de sí mismo, y para mentir bien, hace falta estar muy seguro.
Y aunque en twitter, como en la calle, esta fauna masculina no lo es todo y también hay hombres que merece la pena conocer, mañana, nochevieja, he decidido añadir cuatro uvas más a mis doce. Y me las tomaré al son de los cuartos y a mi propia salud, por haber sobrevivido al coñazo mortal que supone aguantar a estos cuatro tipos de tipejos.
Nada más por ahora.
¡Feliz año nuevo a todos!